Todo lo demás está en su lugar

El ciclo se cumple igual a todos los días: a medida que oscurece las luces se encienden.

Pero al mismo tiempo y con la misma gradualidad, los autos dejan de pasar por la calle, la gente no sale por las puertas, ni entra, ya no están. Los colectivos no pasan, ni hay personas esperando en las paradas. Todo lo demás está en su lugar: los árboles agitan algo sus ramas, sus hojas se mecen con la brisa, las nubes pasan lento. Las primeras estrellas brillan y la luna sale por donde tiene que salir.

Algunas ventanas iluminadas nos dejan ver habitaciones vacías. Como en una película clase B de los sábados a la tarde en la tele blanco y negro, el guión algo remanido de esto que me tiene como espectador privilegiado, porque parece que no hay nadie más, indica que debo preguntarme si soy el único sobreviviente de una catástrofe natural, o humana, o sobrehumana. Todavía no entiendo lo que está pasando como para pensar que quizás debería comenzar la búsqueda de los otros. Quedará para después. Después de qué.

Por ahora lo que veo es que estoy solo. No hay rastros, no hay cuerpos, no hay nevada mortal, no hay zombies. El día se fue yendo y se llevó todo lo que se movía, o casi.

En algún momento de la película si lo fuera, también debería preguntarme por qué dejó uno sólo, yo. Esta catástrofe como de cine, digo. O la fuerza humana o sobrehumana, o lo que sea que se llevó todo, o casi. ¿Y por qué yo? Típica pregunta del protagonista, que lo llevará a disgresiones existenciales, mientras recorre extrañado su ciudad que es la misma pero es otra. ¿Por qué uno sólo? Como ya dije por ahora no hay nadie más. Por error de cálculo, pienso. Si es el fin del mundo, y lo parece aunque esperaba un poco más de acción, puede haber errores. Y otra idea clásica: se acaba el mundo y pienso en dios, un error de dios. Y acá estamos, es un decir…