El fotógrafo francés Robert Doisneau era un experimentado profesional a comienzos de los 50. Había ganado el Premio Kodak y trabajaba para varias agencias, gracias a su cobertura de la Francia ocupada y su posterior liberación durante la Segunda Guerra Mundial. Antes había trabajado en la fábrica Renault haciendo fotografía industrial y publicitaria, lo que le permitió interesarse por retratar el mundo de los trabajadores, algo que puede verse en sus fotografías de la de los suburbios parisinos donde residía, mayormente inmigrantes, o en su serie de retratos en el gran mercado de Les Halles en París.
“Cuando los fotografío (a los vecinos de París) no es como si estuviera allí para examinarlos con una lupa, como un observador frío y científico. Es algo muy fraternal, y es maravilloso arrojar luz sobre aquellas personas que nunca están en el centro de atención”.
Compartía con otros colegas como André Kertesz, Robert Capa o Henri Cartier-Bresson, una mirada profundamente humanista. Haber presenciado y registrado los horrores de la guerra marcó a una generación de fotógrafos. Generalmente despojadas de pretensiones formales, las fotografías de Doisneau apuntaban directo a la emoción.
“Las maravillas de la vida cotidiana son emocionantes; ningún director de cine puede organizar lo inesperado con lo que uno se encuentra en la calle.”
Su interés por buscar la belleza en la vida cotidiana de la gente común no le resultaba del todo rentable. Sus colegas y amigos le decían que no lograría vender a nadie esas fotos. Mientras Cartier-Bresson pasaba tres años fotografiando la China revolucionaria de Mao, lo que evidentemente era un tema vendible para los medios, Doisneau seguía recorriendo los barrios de las afueras de la ciudad. Aunque al igual que su colega y paisano su mirada nunca fue puramente documental. Hay mucho humor e ironía en sus fotografías, hallazgos visuales que sólo encuentra un fotógrafo con mirada aguda y paciencia de pescador.
“No fotografío la vida como es, sino como deseo que sea”.
Finalmente y quizás gracias a su experiencia en fotos callejeras, le llegó un encargo a través de la agencia Rapho, para la que trabajaba: la revista Life necesitaba imágenes de jóvenes enamorados en París. No le dieron mucho tiempo para cumplir con el trabajo, y en una primera recorrida por la ciudad buscando imágenes, descubrió a una joven pareja besándose en un bar. En lugar de fotografiarlos les propuso que posaran, a cambio de un pago, como modelos para las fotos que necesitaba. Daba la casualidad que los jóvenes eran estudiantes de una escuela de teatro, por lo que aceptaron sin problemas. Recorrieron durante ese día distintos puntos de París haciendo las fotografías, y días después Doisneau, conforme con el trabajo, envió las fotos a la agencia y también algunas copias a la pareja.
Una serie de seis de esas fotos se publicó en la revista estadounidense a doble página. Life era una revista ilustrada, pionera en su género, que vendía miles de ejemplares, por lo que las fotos se difundieron ampliamante en Estados Unidos y en Europa. Doisneau logró así un gran reconocimiento por su trabajo, consiguiendo al año siguiente exponer en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Aunque la que iba a ser su foto más famosa, El beso, era en ese momento una más dentro de la serie. Tendrían que pasar varias décadas para que se convirtiera en una de las imágenes más reproducidas y populares del siglo XX.
En 1986 El beso del Hotel de Ville fue rescatada por un editor, reencuadrada en formato apaisado y utilizada para una campaña publicitaria. La imagen se multiplicó igual que su popularidad, impresa en grandes carteles en la vía pública. El beso se reprodujo además en tarjetas postales que recorrieron el mundo.
“(El beso) no es una foto fea, pero se nota que es fruto de una puesta en escena, que se besan para mi cámara.”
Doisneau coincidía así con sus críticos. Si bien nunca ocultó que fuera una foto preparada (Life tampoco le había puesto como condición la espontaneidad, sólo le encargó imágenes ilustrativas de un tema), nadie le había preguntado al respecto hasta entonces, cuarenta años después de hecha la foto. La gran difusión que tuvo la imagen hizo que a partir de ese momento empezaran a aparecer parejas asegurando ser los protagonistas del famoso beso parisino. Como Jean y Denise Lavergne, quienes decían reconocerse en la foto y demandaron al autor un resarcimiento económico por haber sido fotografiados sin permiso.
Corría el año 1993 y Doisneau, ya retirado y con 81 años, decidió entonces responder a la demanda revelando los nombres de los verdaderos protagonistas de la fotografía, Francoise Delbart y Jacques Carteaud, reconociendo implícitamente que la toma había sido una puesta en escena. El fotógrafo se desligó así de la demanda, pero se ganó la censura de muchos puristas de la fotografía, quienes debatieron en medios especializados acerca del supuesto engaño del fotógrafo, cuestionando la validez del recurso de escenificación de la toma.
Como broche de oro a las penurias que su foto más popular le estaba deparando al autor francés, la verdadera protagonista de la foto aprovechó la oportunidad para reclamar ante la justicia por sus derechos de imagen. Doisneau presentó como prueba el recibo, guardado durante más de cuarenta años, firmado por Francoise y Jacques, que demostraba el pago realizado a los actores por la sesión de fotos, con lo cual la demanda fue desestimada, aunque ante la republicación de la imagen, quizás Francoise hubiera tenido el derecho a reclamar su parte, así como seguramente Doisneau habrá recibido lo correspondiente por su autoría. Sin embargo, la señora Delbart no se quedó con las manos vacías: puso en venta la copia original firmada que el fotógrafo le había regalado en su momento, obteniendo por ella 150 mil euros de parte de un coleccionista.
Robert Doisneau falleció en 1994, luego de un par de años de las inesperadas controversias ocasionadas por su foto.
Después de un poco de historia volvamos a la foto original publicada en Life: tiene el formato cuadrado característico de las antiguas cámaras Rolleiflex, que además se utilizan a la altura del ombligo, mirando hacia abajo por el visor superior. Ideal para hacer fotos y pasar desapercibido, como para Doisneau, quien era muy tímido y esta cámara le permitía hacer retratos sin mirar a la cara a las personas.
El beso es una instantánea muy expresiva, con el cuadro lleno de personajes y objetos en movimiento alrededor de la pareja, quienes aparecen congelados y nítidos en el centro de la imagen, ajenos al trajín de la ciudad. El mundo se detuvo para ellos en ese instante, parece decir el autor, o al menos es lo que creemos ver.
“No suelo dar consejos o recetas, pero hay que dejar que la persona que mira la fotografía, de alguna forma la termine. Usted debe ofrecer una semilla que crezca y abra sus mentes.”
Robert Doisneau decía así que la foto termina de armarse a través de la mirada del espectador. Aunque El beso del Hotel de Ville es un ejemplo de todo lo que un fotógrafo puede poner de sí mismo para contar una historia y transmitir una emoción, en este caso el amor. Aunque se trate de una ficción. Como una película inmóvil.
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Artículo publicado en La Izquierda Diario el 15 de enero de 2022 (El beso más famoso del mundo)